Despuntan las primeras luces por el horizonte cuando empieza la vida en la basílica de Getsemaní. En la iglesia, situada a los pies del monte de los Olivos, fray Diego y otros cuatro frailes se reúnen a las seis de la mañana para celebrar la misa y rezar la oración de Laudes.
La atmósfera de fuerte espiritualidad que se respira es la misma que en otros santuarios de la Custodia de Tierra Santa, pero aquí se siente uno, quizá, un poco más cerca de Jesús. La particularidad de este lugar está representada por las rocas sobre la que está construido el edificio: las mismas sobre las que Jesús rezó en la hora de la Pasión y que vieron cómo caían sus gotas de sudor y sangre.
Aquí elevar a Dios las propias súplicas y escuchar su voz asume un significado distinto, el de elegir el mismo lugar que eligió Cristo para hablar con el Padre y responder a la invitación que hizo a sus discípulos: «Despertad y velad conmigo».
Precisamente con la intención de ofrecer un espacio para la oración y el silencio, la Custodia de Tierra Santa ha abierto a los peregrinos el eremitorio de Getsemaní, situado un poco más alto con respecto a la basílica. No es un lugar cualquiera de paso, sino un lugar donde quedarse y mirar la propia vida a la luz de Dios.
Fray Diego lo gestiona desde el momento de la muerte del padre Giorgio, franciscano que falleció en 2009 y que fue el primero que quiso la construcción de las ermitas, en lugar de los antiguos y pequeños establos. Los huéspedes que se alojan reciben el nombre de ermitaños y se les da una celda dotada de baño y cocina, de tal modo que puedan ser autónomos durante toda su estancia. Dejar espacio a la escucha, estar en soledad y respetar el silencio son, de hecho, las prerrogativas de la vida en el eremitorio.
«Vivir aquí significa entender plenamente las palabras del Benedictus: “Por la misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto”», dice fray Diego.
Tras la misa, el sol ya ha salido pero el santuario permanece todavía a la sombra del monte.
La luz toca primero las cruces del Santo Sepulcro, en la parte opuesta del eremitorio, detrás de los muros de la ciudad vieja, y después se propaga poco a poco desde lo alto de los muros hasta llegar a las rocas de Getsemaní.
En torno a las pequeñas celdas de los eremitas se extiende un espléndido jardín con olivos y flores. En su interior se encuentran la estancia común y la sala de la Lectio continua, la hora en que se medita un pasaje de la Sagrada Escritura. La tarde viene jalonada por la adoración del Santísimo, en la capilla (a las 17.30) y, después, por las Vísperas (a las 18.30).
Para quien quiera trabajar es posible también colaborar con los trabajos de mantenimiento del santuario. Se propone, por tanto, un estilo de vida simple que tiende a acercarse a Jesús en el momento en que más demostró su humanidad; un estilo animado por el mismo sentimiento de san Francisco cuando decía: «Quisiera recorrer los caminos del mundo llorando la Pasión de mi Señor».
Además de fray Diego y la fraternidad de franciscanos, el eremitorio sale adelante gracias al servicio de Teresa Penta, que se ocupa de la acogida de los ermitaños y de la gestión de las celdas y del jardín. Teresa, seglar de origen italiano que está en Jerusalén desde hace cuatro años, pronunció su profesión solemne el pasado 7 de octubre.
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Como dice Teresa Penta, Getsemaní es un lugar que atrae a muchos peregrinos durante el año. La atracción que ejerce fue el motivo de su viaje a Tierra Santa, que la llevó después a implicarse en el servicio al eremitorio como una segunda llamada, después de aquella a la vida consagrada: dejarlo todo para entregarse completamente al Señor.
En el caso de
Teresa, seguir a Jesús en Getsemaní ha significado abandonar el trabajo en su
guardería de Monopoli (Italia), la actividad en su parroquia de origen, su
nación y su familia. En el caso de quien viene por breves o largos períodos de
tiempo, significa renunciar al frenesí, a la velocidad, al ruido, para dejar
espacio a una voz más importante. Porque, como dice fray Diego, «Hemos
construido sobre roca, pero es a la Roca a la que debemos volver».
La
experiencia del eremitorio de Getsemaní en la pandemia
Los confinamientos y el
cierre de fronteras a los peregrinos tuvieron una incidencia singular en
el eremitorio de
Getsemaní a lo largo del último año y medio: “Hemos pasado
de acoger y proponer un modelo de eremitismo y oración a convertirnos nosotros mismos en
ermitaños“, explica su director, fray Diego Dalla Gassa: “Para
nosotros ha sido tiempo de intercesión y de oración, y no podía ser de otra
manera en el lugar en que, como nos narra el Evangelio, el Señor lucha”. Fue
allí donde Jesucristo se
retiró a orar y entró en agonía (que etimológicamente significa lucha) antes de
ser prendido y entregado para sufrir la Pasión.
“Han sido semanas y
meses de oración intensa, de silencio e intercesión”, añade, “características
que me han permitido, a mí y a mis colaboradores, conectar profundamente con
la situación
dramática que se desarrollaba fuera del huerto y en todo
el mundo”.
Como otros lugares santos, el eremitorio tuvo que cerrar y dejar de atender las solicitudes no solo de los peregrinos a Tierra Santa, sino también de los que denomina “amigos del eremitorio”, que viven en él algunas semanas al año.
Fue una situación insólita para los
frailes que lo custodian: “El eremitorio no había estado nunca vacío durante
más de una semana al año, así que sentíamos la necesidad de reinventarnos”.
Para los peregrinos
individuales el acceso sigue prohibido, pero los consagrados que viven en
Tierra Santa ya pueden participar en las iniciativas del eremitorio, desde
ejercicios espirituales anuales a la posibilidad de pasar un periodo de soledad
y oración frente a los muros de Jerusalén.
La ciudad de Jerusalén, vista desde la capilla
del eremitorio de Getsemaní.
“También pensamos en
los que no podían llegar hasta aquí: especialmente durante el tiempo de
Adviento realizamos nuestras lectio en
italiano a través de Zoom, despertando muchísimo interés: si normalmente
reunían a un máximo de 50/60 personas, en este caso participaron unas 120
procedentes de Argentina, Italia, Rusia, España, así como varias comunidades
religiosas de Galilea”, explica el padre Gassa. Esta iniciativa de acompañamiento espiritual a distancia fue
muy bien recibida por los devotos del lugar y de Tierra Santa.
“En este periodo, hemos
experimentado que la palabra de Dios es verdadera y real”, concluye el fraile:
“Hemos descubierto que muchas
personas han encontrado a Jesús en la noche de este último año y,
tal como sucedió aquí, la noche se ha convertido en encuentro, en oportunidad.
Es un tiempo nuevo para todos, tiempo de prueba”.