..."pocos países en el mundo podrían considerarse tan amigos de Occidente como Israel. De hecho... estoy convencido que Israel, en la distancia, con todo un Mediterráneo entre medias, es un gran amigo de España....
.... les diré que Israel es más que un amigo y un aliado: es la primera trinchera de la IV Guerra Mundial, el primer combatiente. Y la vidas que entrega luchando contra el fanatismo no sólo salvaguardan la existencia de ese pequeño milagro en el desierto, sino nuestro modo de vida miles de kilómetros más allá. Que a nadie le quepa la menor duda: si no existiese Israel la batalla que por desgracia se libra allí se libraría en Europa y, muy especialmente, en Ceuta y Melilla.
Pero son ellos, los israelíes, los que mueren y ven a sus hijos morir, no sólo ante la indiferencia sino ante la incomprensión e incluso el odio de una Europa que no es consciente de que esa también es su guerra, de que esos también son sus muertos.
... siempre he pensado que a los españoles nos une un vínculo especial con Israel... aunque les parezca increíble, es un país al que nos parecemos más de lo que a primera vista cabría pensar. O si lo prefieren así: los israelíes se parecen mucho a los españoles.
De hecho, estoy seguro de que cuando viajen a Israel –cosa que, por cierto, les recomiendo hacer lo antes posible- verán que en aquel pequeño y lejano país mediterráneo se vive con la misma alegría y la misma camaradería que aquí, que las relaciones, las amistades, los bares, las forma de compartir comidas y cenas se parecen mucho a las nuestras. Descubrirán, en suma, que allí, tan lejos se sentirán casi como en casa..."
El
milagro israelí y lo que queda de Occidente
Libertaddigital.com
Se
cumplen 68 años de la
fundación de Estado de Israel, una fecha que algunos pensamos que es la oportunidad de recordar, y
homenajear, a un país que en cierto sentido se ha convertido en una paradoja,
pequeña por su extensión pero grande por su significado: ubicado
geográficamente en la puerta de Oriente, es casi la última reserva de los
valores que un día fueron de Occidente. Porque con sus blancos y sus
negros, como en todos los países, la historia de Israel es la de la defensa
práctica de unos valores –la democracia, los derechos humanos, la separación
entre los distintos poderes…-, que los demás hace mucho que sólo defendemos
de boquilla.
Israel nació en un entorno hostil en todos los sentidos: sus vecinos lo
odiaban y la mayor parte de ellos siguen odiándolo, la naturaleza era dura, los
recursos brillaban por su ausencia… Así que es un país que se hace adulto
acostumbrado a la dificultad, a la adversidad.
Eso no le ha impedido ser el más impresionante experimento de
integración que se haya visto en cualquier sociedad humana: en él conviven
en paz –o al menos casi en paz- personas de las más diversas procedencias, cada
uno con su propio poso cultural; ortodoxos que siguen al dedillo los preceptos
de la Torá y agnósticos y ateos; personas que dedican su vida al ejército y
pacifistas; las familias más tradicionales y las más vivas y activas
comunidades gays en miles de kilómetros a la redonda. Conviven incluso drusos,
cristianos de distintas iglesias, bahais y, por supuesto, musulmanes: más de un
millón, que también disfrutan de unos derechos que en la inmensa mayoría
de los países árabes son un sueño inimaginable.
Y ha sido posible, es posible cada día, precisamente porque por encima
de todas esas diferencias está un marco inequívoco en el que se defienden los
valores de los que les hablaba. Y se defienden sin complejos, sin
titubeos aunque no sin polémicas. Se defienden, cuando es necesario, por la
fuerza, que es el último camino que te deja a veces el enemigo, si está lo
suficientemente loco o fanatizado.
Cuando uno conoce a Israel o a los israelíes le llama la atención, al
menos a un españolito como yo se la llama, el fuerte sentimiento de orgullo
y pertenencia de la mayoría de ellos. También hay casos extremos de gente
que odia a su propio país, pero en general el israelí, ya sea nacido allí o
emigrado, se siente orgulloso de pertenecer a una comunidad que está logrando
algo, que tiene una razón para seguir cada día, luchar e incluso, cuando no hay
otro remedio, morir.
Puede que les sorprenda esta afirmación en un liberal, que somos gente
muy de ir por nuestra cuenta, pero no puedo dejar de sentir algo de envidia de
esa consciencia de que tu comunidad y tus valores son algo que merece la
pena, un sentimiento que tan lejos nos queda en esta vieja Europa y en esta
machacada España…
Quizá, además, hasta un liberal siente esa envidia porque en cuanto
conoces Israel te das cuenta de que esa consciencia de comunidad no está en
absoluto reñida con un notable individualismo. Hay un viejo dicho
hebreo que dice que en cuanto se reúnen dos judíos tienes tres opiniones que me
parece que explica bien esa continua afirmación del yo, que llega a ser
contestataria y que se caracteriza, también, por un sano y permanente
cuestionamiento de la autoridad.
Un país amigo
Hay algo aún más importante que esto que todo esto que les estoy
contando y que puede que usted, querido lector, no sepa: pocos países en el
mundo podrían considerarse tan amigos de Occidente como Israel. De
hecho, y eso les admito que es una percepción absolutamente personal y
subjetiva, estoy convencido que Israel, en la distancia, con todo un
Mediterráneo entre medias, es un gran amigo de España, pero en eso me extenderé
un poco más adelante.
Respecto a lo primero, les diré que Israel es más que un amigo y un
aliado: es la primera trinchera de la IV Guerra Mundial, el primer
combatiente. Y la vidas que entrega luchando contra el fanatismo no sólo salvaguardan
la existencia de ese pequeño milagro en el desierto, sino nuestro modo de vida
miles de kilómetros más allá. Que a nadie le quepa la menor duda: si no
existiese Israel la batalla que por desgracia se libra allí se libraría en
Europa y, muy especialmente, en Ceuta y Melilla.
Pero son ellos, los israelíes, los que mueren y ven a sus hijos morir,
no sólo ante la indiferencia sino ante la incomprensión e incluso el odio de
una Europa que no es consciente de que esa también es su guerra, de que esos también
son sus muertos.
Por último, siempre he pensado que a los españoles nos une un vínculo
especial con Israel, no sólo por lo que ya les he contado sino porque, aunque
les parezca increíble, es un país al que nos parecemos más de lo que a primera
vista cabría pensar. O si lo prefieren así: los israelíes se parecen mucho a
los españoles. De hecho, estoy seguro de que cuando viajen a Israel –cosa que,
por cierto, les recomiendo hacer lo antes posible- verán que en aquel pequeño y
lejano país mediterráneo se vive con la misma alegría y la misma camaradería
que aquí, que las relaciones, las amistades, los bares, las forma de compartir
comidas y cenas se parecen mucho a las nuestras. Descubrirán, en suma, que
allí, tan lejos se sentirán casi como en casa
Son, creo yo, razones más que suficientes para que cada 14 de mayo
recordemos, y celebremos, que al otro lado del mar hay un pequeño gran milagro
al que le debemos mucho y al que, encima, nos parecemos mucho.
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