***Leemos en Hechos de los Apóstoles 1, 1-11: “En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:- «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»”.
Los orígenes de la Capilla de la Ascensión de
Jerusalén
La
tradición cristiana piadosa plasmada por Eusebio de Cesárea dice que Santa
Elena (247-329), la madre del emperador Constantino, mandó edificar en Jerusalén el
Santo Sepulcro y la iglesia Eleona (“Ecciesia in Eleona” =en olivar) en el
Monte de los Olivos tras su visita hacia el año 327 (al parecer realmente se
construyó hacia el año 333 por mandato de Constantino). Medio siglo después la
rica y piadosa matrona romana, Pomenia, cerca de Eleona patrocinó hacia el 378
la construcción de la iglesia de Imbomon (“Imbomon” =en la colina) dedicada a
la Ascensión.
Arculfo obispo de
Perigueux (Francia) (679-682) testimonia que el interior de la iglesia, sin
techo o bóveda, se encuentra abierto al cielo, y que tenía en su lado este un
altar. “Así que de esta manera el interior no tiene bóveda con el fin de que
desde el lugar donde las huellas divinas se vio por última vez, cuando el Señor
fue llevado al cielo en una nube, ese hueco pueda estar siempre abierto y libre
a los ojos de los que rezan al cielo”. Asimismo nos dice que había ocho
lámparas dentro de La Ascensión.
En 1152 los cruzados construyen una nueva
iglesia de la Ascensión, esta vez octogonal y, en su centro, un templete
igualmente octogonal en el que se encuentra la huella del pie insculpido en la
roca.
El templete es el que subsiste hoy día pero
hay que tener en cuenta que los cruzados sólo alzaron su cuerpo principal con
sus ocho columnas de mármol con capiteles finamente labrados de filiación
borgoñesa posiblemente. Los musulmanes superpusieron el tambor octogonal y
cúpula de piedra, y quizás incluso tapiaron el cuerpo ochavado pues algunos
opinan que los cristianos no colocaron los ocho lienzos. La puerta de acceso
está al oeste.
Jesús subió a los cielos para ser nuestro
Mediador ante el Padre. Allí está intercediendo por nosotros. Subió para rendir
cuentas al Padre celestial de la gran obra que había acabado en la tierra. La
Iglesia nació, la gracia brota en abundancia de su Cruz en el Calvario y se
distribuye por los Sacramentos, la duda de justicia es pagada, la muerte y el
infierno son vencidos, el Cielo es abierto y el hombre es puesto en el camino
de salvación. Jesús merecía este glorioso recibimiento, al regresar a su hogar.
Cuando acabe la lucha en esta vida, Jesús
nos dará la gracia de compartir eternamente el gozo de su victoria.
La Ascensión, además, es garantía de nuestra
propia subida al Cielo, después del Juicio de Dios. Fue a prepararnos sitio en
su Reino y prometió volver para llevarnos con Él.
Señor, la Ascensión de tu Hijo es nuestra propia elevación.
Nuestra naturaleza humana participa realmente de tu Vida divina.
Nuestra vida terrena tiene su extensión en el cielo
donde nos esperan los santos y los ángeles.
Aquí es donde vivimos en esperanza.
Señor, Tú desapareces de la vista
sin que dejemos de aclamar Tu Nombre elevado sobre todo nombre.
Como los discípulos, estamos llenos de gran alegría porque nunca nos dejas solos:
nos prometes el Espíritu Santo, fuerza de lo alto que nos enseñará todo.